Conocía
de antemano que por la zona que “peinaba” había varios pozos, de los secos, sin
embargo, de pronto se sintió caer al vacío. Pero Yarelis Suárez Crúz es una
mujer entrenada para todas las circunstancias, incluso las más difíciles, y
entonces recordó aquella ocasión cuando se lanzó en paracaídas, y como un
flashazo repasó la postura aprendida en caso de emergencia: estiró los brazos doblando
los codos, las palmas de las manos hacia abajo, abrió las piernas y flexionó
las rodillas levemente. Apenas transcurrieron dos segundos y ya estaba en el
fondo del hueco de 18 metros de profundidad.
La
existencia de esta mujer de 38 años es rica en anécdotas, y parecería, si no la
tuviera sentada a mi lado, que se trata de una fábula contada por otros, a la
cual cada quien le pone algún elemento de ciencia ficción. Guajirita del batey
Portugalete, tuvo su primer trabajo a los 16, conduciendo un buldócer para
cultivar la caña de azúcar.
“Así
comencé a trabajar, siempre vinculada a la zafra azucarera, después pasé a la
base de transporte del Central, jefa de una brigada de mantenimiento de la
industria… Siempre con subordinados hombres, quienes me respetaban mucho,
porque si había que mecaniquear, lo hacía; nunca dirigí desde una pose, para
nada, trabajaba a la par de ellos y eso es importante para ganarse a quienes te
rodean, más si hay algunos con prejuicios por el hecho de estar bajo el mando
de una mujer.
“Somos
tres hermanos de una familia campesina, desde los orígenes. Mi padre me decía sería
una ‘marimacho’, pero nada que ver, me considero femenina, voy al trabajo
maquillada, cuido mi cabello, disfruto mi género y soy muy plena; eso sí, adoro
los pantalones, son cómodos para el trabajo. Cuando por coyunturas económicas
paró el Central, comencé a replantearme el universo laboral, y tras estudiar,
ingresé al Ministerio del Interior por una convocatoria, ya son nueve años en
este cuerpo, al que agradezco mi crecimiento en lo personal y profesional”.
Dos
hijos adolescentes, un esposo más joven, muy compenetrados, son la retaguardia
de Yarelis, una mujer a quien los horarios se le extienden más de lo usual. En
la actualidad es Jefa de Sector de la Policía Nacional Revolucionaria en el territorio
de Palmira, atiende el área Sur, una población de más de 3 mil habitantes con
varios centros económicos, proclives al delito económico por su objeto social,
como resultan la Empresa Cárnica y el “Porcino”.
“Hace
seis años resido en la cabecera municipal, en el mismo barrio que atiendo,
porque creo en la máxima callejera de ‘el hombre hace patria donde vive’. Aquí
muchos me dicen Madrina, quizá por la ayuda que les brindé en el justo momento
de traspasar las fronteras de lo bueno a lo malo y entonces los alerté y
aconsejé. O quizá simplemente porque en el argot denominan así a la autoridad.
Lo importante de esta labor no es mandar tras las rejas, sino prevenir, impedir
el delito, actuar a tiempo. Conseguirle un trabajo a alguien, visitar a las
familias, conversar con los jóvenes, saber, o al menos tener una idea de qué
hace cada cual. Conozco a todos en mi área, trabajo por cuadrantes, en un
levantamiento reciente cuantifiqué las familias disfuncionales, ellos son mi
prioridad ahora mismo.
“Nada
más siento un ruido y ya estoy alerta, me pongo el zambrán y salgo. Si se
comete un delito en la zona, me llaman y le comunico a la guardia operativa
pasen a recogerme, quiero saber qué pasó y por qué, a la hora que sea. Mi hijo
varón de 17 años dice soy ‘demasiado valiente para ser mujer’. No todo es
trabajo, llevo mi vida familiar con placer, me gusta la música mexicana,
Vicente Fernández es mi preferido, figúrate, soy guajira de pura cepa. Bailo,
veo novelas, tomo socialmente… me fascinan los caballos, soy toda una amazona”,
dice, y sus ojos tienen el brillo de quien está pensando en lo extraordinario
de vivir al filo.
Aquella
operadora de kamatzu hoy es licenciada en Derecho, conocimientos que aplica en
su labor diaria, la de mantener la tranquilidad ciudadana de su gente, mientras
conoce la Constitución, leyes, derechos y deberes ciudadanos. Cree que llevar
una vida digna, entra en el código de quienes con su trabajo, gozan del
reconocimiento social de la gente, porque se saben cuidados y protegidos, ellos
y sus bienes más preciados.
DONDE
COMENZÓ LA HISTORIA
El pozo de 18 metros por el que rodó Yarelis. |
“El
impacto de la caída me asustó un poco. En los primeros segundos comencé a
reconocerme, pensé estaba ‘reventada’ pero no, podía moverme, hablar, escuchaba
bien… Saqué la pistola e hice un disparo, mi padre era quien más cerca estaba,
había pedido su ayuda porque es un guajiro rastreador de potreros y campos de
caña. Recuerdo desde la noche anterior planificaba la operación de rescatar
unos caballos que alguien escondía allí. ¿Qué cómo lo supe? Yo sé todo o casi
todo cuanto se mueve en mi jurisdicción.
“Intenté
repetir los disparos, de inmediato pensé la onda expansiva podía derrumbar el
brocal y desistí. Pero no fue necesario. La prontitud de localización y rescate
resultaron increíbles. Me subieron a una camilla, los muchachos de rescate y
salvamento, y fue difícil, a cada momento chocaba con las paredes del pozo,
pero finalizó con éxito, solo habían trascurrido unos minutos. Luego supe que
la profundidad de aquel agujero es de 18 metros”.
Pasados
siete meses del accidente, aquel en el que prácticamente no le quedó un hueso
sano, ya está incorporada al trabajo.
Brigada de Rescate y Salvamento. |
“La
solidaridad fue tremenda, qué te puedo decir. El Minint ayudó en todo, la
jefatura puso a disposición de mi recuperación los recursos necesarios, porque
para ellos somos prioridad, me he sentido acompañada todo el tiempo, y mi
familia que es mi bastón, estuvo a la altura. Ya estoy en pie, de vez en cuando
siento alguna molestia leve, pero el regreso a la faena diaria será la mejor
terapia”.
Yarelis
sonríe con picardía, conoce bien ha salido ilesa en una lidia contra la muerte,
se sabe fuerte, y ahora los deseos de vivir con intensidad son mayores.
Terminamos una conversación que podría ser infinita, he recibido tantas
lecciones de ella, una mujer increíble, sin miedos, quien piensa en el ser
humano y su capacidad de enmendarse, en dar lo mejor. Se pone de pie, ajusta el
zambrán con la pistola, y regresa a su cotidianidad, no sin antes una despedida
apurada, porque tiene “un montón de cosas que hacer”.
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