Hace una semana, a esta hora, estaba en Facebook y
twitter, compartiendo con colegas, reales y virtuales, mi preocupación por un
ventanal de cristal que parecía se haría añicos en cualquier momento.
Meteorología había anunciado fuertes vientos y que se deteriorarían las
condiciones climatológicas. En lontananza, un incendio amenazaba con
propagarse, y yo empeñada en que aparecieran los bomberos y ellos que no se inmutaban,
y el Callejón del Cura y el reparto de Petrocasas, barrios cienfuegueros cercanos al basurero
municipal donde se había producido el fuego, ya no se veían por la nube de humo.
Y yo, vigía desde mi torre de piso 14, posteando y twitteando.
El viento soplaba fuerte y había un silencio de espanto
pasadas las nueve de la noche, y me preguntaba, ¿cómo pueden dormir todos con
ese silbido veloz que corre de ventana en ventana? Cuando conversé con mi hijo
desde su cama me respondió, “mami, no pasa nada, ciérrame la puerta”. Y volví a
la pantalla, qué remedio, de frente al mundo virtual, dividida en dos: Facebook
y twitter. De pronto comenzaron a aparecer imágenes espantosas de techos
volando, autos impactados, desolación… unos 20 minutos habían bastado para
declarar zona de desastre toda una franja de la capital cubana.
Las imágenes nos devolvían lugares habaneros, humildes,
Regla, Guanabacoa, 10 de Octubre… convertidos en zonas de desastre. La
madrugada sorprendió a muchos de mi comunidad de twitteros intercambiando en
las redes, quienes no salíamos del asombro. Y en la mañana, la confirmación,
los testimonios, las historias, todas relativas a la pérdida. Se había mantenido el tornado sobre tierra 26 minutos, se desplazó hacie el noroeste, para luego salir al mar.
Pero la solidaridad, ese sentimiento que muy bien
conocemos los cubanos, quienes presumimos de socios, vecinos, familia, amigos,
se movilizó de inmediato, y linieros de la Eléctrica y las Comunicaciones de
toda Cuba, hombres que llenan su equipaje con arneses y bandolas para que se
haga la luz y el progreso, siempre dispuestos a estar para la ayuda donde se
les precise, recorrían distancia para estar en La Habana.
Y la solidaridad se ha hecho sentir, diría que muy
fuerte, a pesar de los revisionistas que sostienen que es mayor esta vez que
cuando ciclones han zarandeado a Cuba; que si es por la capital, que si se
hacen un selfie; otros sostienen que es marketing, postaleo; unos que quieren
llevarla de sus propias manos hasta la zona de desastre; y los organizadores
tratando de organizar la espontaneidad. Y la redes, esas autopistas por donde
corre y se socializa la información se llenan más de cubanos, de acá, de allá
de acullá, pero cubanos todos, los menos, tratando de desunir, pero los más, en
la lidia de cobijar y techar la esperanza de este archipiélago que se me antoja
nombrar isla, más allá de la geografía.
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