Félix usa una desteñida chaqueta carmelita, de aquellos
uniformes reglamentarios de las escuelas politécnicas, que hace mucho no se
ofertan, de modo que su data de fabricación es de tiempos ha. Está sucia, y
aunque quienes le rodean lo notan, por el olor, él apenas se da cuenta, porque mientras
le resguarde de las temperaturas de microclima de la montaña, allá en El
Naranjo, está feliz.
Félix ha visto cimarrones en la zona de El Naranjo, se lo
ha contado a muchos pero “nadie le hace caso”. Muy pocos se detienen a escuchar
sus historias atropelladas, de gente que ve; otras sobre comidas con lechón
asado al carbón, habla mucho y aunque nadie le preste atención, está feliz.