El ruido de las chavetas sobre las mesas de trabajo
y el aroma inconfundible del tabaco nos anuncian que estamos en la sala de
torcido, ese lugar casi mágico de donde salen los puros que identifican a Cuba,
la tierra del mejor tabaco. Prevalecen las mujeres y de la raza negra, entre
los obreros; es como si ellas le pusieran un toque especial al producto final.
Pero entre todas encuentro a Merisis Santiaga González Armenteros, mi candidata
a entrevistada, quien acumula una larga y rica experiencia en el oficio de
tabaquera.
Hace poco, relativamente, regresó de
Europa, donde participó en la promoción del producto cubano. “Sí, estuve en
Bélgica durante unos 60 días, fue una experiencia inolvidable, y también en
Holanda, porque como son países fronterizos se hacía fácil acceder. Resultó un
público increíble, conocedor de la historia del tabaco y lo que significa para
esta Isla, admiradores de Cuba. Trabajamos en las Casas de Habano, donde se
hacen cataciones de ron y degustaciones, incluso del maní; y como parte de ese
espectáculo, entraba yo a torcer a pedido los puros, resultaban jornadas
increíbles, muy cubanas allá en la fría Europa”.
¿Llegas al oficio por casualidad,
necesidad o por tradición familiar?
“Por tradición; mi madre,
ya fallecida, fue despalilladora, que es el oficio que prepara la hoja. Ella,
la señora Marina, llegó incluso a dirigir el departamento. De modo que desde
pequeña estuve vinculada, venía al despalillo, sentía ese olor en casa al
concluir la faena diaria, y quizá eso me marcó. Al terminar mis estudios de
preuniversitario pasé el curso de tabaquera, era apenas una adolescente y desde
entonces estoy aquí, no he hecho otra cosa en la vida para ganarme el sustento.
“Este trabajo es un arte, que es muy
admirado en el mundo, en esa temporada que pasé en Europa pude comprobar cómo
el tabaco es identificado con Cuba, y cuánto lo conocen fuera de la isla, es
muy apreciado, sobre todo el Cohiba, que resulta el producto más popular. Se quedan
lelos mirando a las manos de quien tuerce la hoja, porque eso precisamente es
lo que admiran, el trabajo manual, hechos a mano. Yo torcía a pedido de los
clientes, pero manejo muy bien las medidas que lleva cada puro, diámetro y
cilindro, según su marca”.
¿Podrías describirnos cada una de
tus jornadas de trabajo, en la fábrica y la casa?
“Que son muy largas. Aquí en el
taller son ocho horas, solo me paro de la mesa de trabajo para despachar,
aprovecho y estiro las piernas, tomo agua, y tengo una hora para almorzar.
Cuando llego en la tarde a casa ‘hago de tripas corazón’ y me ‘fajo’ con los
quehaceres domésticos, la casa, la comida… Nosotras las mujeres no terminamos
nunca, empatamos una jornada con otra. Soy casada, mi esposo también trabaja
acá y tengo dos hijos. Es como la vida de cualquier mujer cubana”.
¿El que seas una auténtica mulata
cubana te ayudó en tus funciones de embajadora del tabaco cubano en Europa?
“Sí, claro, tú sabes, las personas
de mi color allá atraen mucho la atención y si te ven torciendo tabacos, pues
aumenta el interés, y eran muchos los que se acercaban hasta mi mesa, se
vendían todos los puros. Yo creo que resulté una buena embajadora del tabaco en
esas frías tierras, tanto como lo soy aquí, en mi Cubita bella”.
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