lunes, 13 de marzo de 2017
Laura y las cebollas
Tiene 21 años, y quizá cambió el estudio por el trabajo de manera prematura, digo yo, porque se supo más útil entre los suyos allá en Balboa, la comunidad perteneciente al municipio de Lajas, en Cienfuegos, donde otrora el olor del mela’o de la caña y el pitazo de la fábrica de azúcar eran señal de vida. O vaya usted a saber qué pasó por la cabeza de Laura Limonte Suárez para no continuar en la escuela. Ella no responde cuando inquiero por una profesión, solo se encoge de hombros, y nada, tengo esa manía de pensar en la Universidad para todos, sin a veces caer en cuenta que la sociedad también necesita de otros oficios.
La muchacha teje una ristra de cebollas moradas, y cuando son cerca de las 10:00 a.m., ya tiene una buena cantidad. ¿Cuánto te pagan en este lugar? “Dos pesos por ristra. Esta es la cosecha de Rey, y él contrata personal para hacer el trabajo”, y en derredor veo a muchachos como ella, teje que teje, y escuchando música con sus celulares. Y resulta hasta curioso, porque han desarrollado una técnica de sujeción con el dedo pulgar del pie.
Reynaldo Hernández Sánchez se mueve entre los trabajadores, y a esta hora ya regresó del campo, porque afirma, “él es un campesino integral”, por ello entiéndase que tiene sembradíos de arroz, frijoles, maíz, cría de cerdos, entre otros renglones. Por vez primera cosechó cebollas, “para probar”, dice y presume terminar con unas mil ristras (cien unidades en cada tejido). “Los muchachos son rápidos, y muy trabajadores”.
Vuelvo con Laura, y su producción ha crecido. “Este no es mi único oficio, hago otras labores en dependencia de las cosecha y de la contratación de los campesinos de la Cooperativa de Créditos y Servicios de la zona, siempre encuentro algo, acá la gente es guapeadora. Con este trabajo, por ejemplo, gano al día entre 100 y 120 pesos. Claro, no es así todo el año, tenemos altas y bajas, como cualquiera, y dependemos del tiempo de las cosechas de los campesinos. No, qué va, aún no tengo hijos, dice y sonríe, y sus ojos se van hasta un muchacho que trabaja enfrente de ella”.
Entonces inquiero, ¿tienes novio? “Sí, él es mi novio”, y apunta hacia un muchacho de ojos pícaros, un morenito escondido bajo un enorme sombrerón, y entonces el fotógrafo se retrae, le había hecho a la tejedora un montón de fotos, más por simpatía que por oficio, guarda la cámara, y me dice tener suficiente material. Damián, el novio, no se inmuta, porque se sabe alfa en su territorio de olor a cebollas.
Observo las uñas de Laura, muy bien arregladas, tanto que escondo las mías por vergüenza, y me comenta, “También soy manicura, le arreglo las uñas a casi todas las mujeres a la redonda, pero eso tampoco es permanente, no hay uñas para arreglar todos los días, por eso es que busco siempre estar ocupada, porque me gusta la independencia y ganarme lo mío”.
Su padre es operario de un tractor, también trabaja en la agricultura. Tiene dos hermanos. Y ¿hasta qué hora estás en esta labor? “Aquí paso todo el día, sobre las cinco de la tarde terminamos. Sí, es agotador, pero me repongo, y ya en la mañanita estoy de vuelta. Paramos para almorzar, descansar un poquito, y continuar. Cuando termine con la cosecha de Rey encuentro algo qué hacer, a lo mejor otra cosecha de cebollas, ajo, pero generalmente hay trabajo todo el año, y lo aprovecho”.
Nos despedimos de Laura, Damián, Reynaldo, del resto de los muchachos, ahora el fotógrafo es menos simpático y le pido tomar un detalle de las manos de la tejedora. Atrás se quedan ellos, laboriosos, escuchando su música, y la sonrisa de Laura, la de las cebollas moradas, ilumina. Es entonces cuando recuerdo aquel comentario sobre la juventud, y confirmo que muchos viven de su sudor.
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