Y aunque llegó lejos, dejó un día atrás bate,
guante y pelota y regresó a su barrio.
El
muchacho de 41 años no habla mucho, es de esos entrevistados a los que
mirándole a los ojos y desdibujándolo, encontramos los matices, las palabras
por pronunciar. No muy alto, fornido y con la piel quemada por el sol, muestra
unos ojos cansados a pesar de la juventud, porque su nuevo oficio lo hace pasar
la noche en vela: carbonero.
“¿Qué
si me pagan bien?”, responde con una interrogante. “Sí, la paga es buena, pero
el trabajo se las trae. No creas, uno le llega a coger amor a esa pila de leña,
que sabe se convertirá en fuego, quizá para calentar casas frías, allá lejos,
para cocinar o vaya usted a saber”.
Nelson
es trabajador de la Unidad Empresarial de Base No. 2 de la Empresa de Cultivos
Varios y Acopio Juraguá, unidad que está encargada de la zona de fomento, allí
donde el marabú llenó las áreas cultivables y ahora lo derriban, siembran y con
la madera producen divisa, el exportarlo como carbón vegetal al mercado
europeo.
“El
horno se levanta pieza a pieza, vaya es como el oficio del artesano, y después
viene estar alerta, para evitar que se "vuele", porque se puede echar a perder y
quemar el carbón. La calidad es importante, y el mercado muy exigente, así que
tiene que quedar en piezas enteras, y eso no sale de la nada, qué va, eso da
trabajo, y es bastante duro. Aquí se aprovecha todo, el buldócer va desbrozando
y ahí mismo, en el limpio, se levanta el horno”.
Tiene
las manos negras, rudas, huellas del
batallar con la “aroma” madera dura, que persiste con retoñar después que es
arrancada de raíz por las máquinas. Pero los campos se siembran, se arrancan
los retoños, y se vuelve a sembrar, y no hay mejor cura para esta “mala” y
“buena” hierba, que la persistencia de la tierra de parir.
“Es verdad
que la paga es buena, y da para mucho, pero le digo que no es fácil, las noches
y madrugadas con sus silencios, los mosquitos, la tensión de que no se encienda
el horno y se nos queme el producto… Pero en general es un trabajo como otro y
muy necesario, que da comida a mucha gente”.
Y en
verdad Nelson tiene razón. Convertir el marabú en carbón es para la gente de
Juraguá y sus alrededores, una especie de venganza, contra esa planta que colmó
los campos que otrora eran verdes y daban de comen a los lugareños, en especie
y salarios, pero atrás va quedando esa época, ya los campos reverdecen, y el
humo de los hornos y esa estructura caprichosa tejida por las manos del hombre,
augura tiempos mejores, en los que el ancestral oficio de carbonero vuelve a
ser importante.
Uno de los oficios que llevan un gran sacrificio y mucha experiencia, para que no se convierta el horno en una pira y se pierda todo el trabajo. Actualmente bien remunerado y con algunas mejores condiciones de vida para los carboneros, que ya pasaron la etapa de los carboneros de la Ciénega
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