Los cubanos pecamos de solidarios. Se nos
desborda ese sentimiento en los tiempos duros, aunque en los buenos algunos se
miren con el rabillo del ojo. Esta madrugada del 25 de octubre, cuando el ciclón Sandy
hacía de las suyas en el oriente cubano y el insomnio me empujaba de la cama,
pensé en los amigos que tengo allá en Santiago de Cuba e imaginaba sus horas
difíciles de ciudad vieja, esculpida a golpe de ladrillos vetustos y coronada
con tejas.
La mañana nos trajo noticias ambiguas y la
preocupación por los nuestros, gente querida de allá de la tierra caliente. Y
se apareció en mi chat un cubano ausente, preocupado por su padre santiaguero.
Un puente tejido en la distancia hizo posible la comunicación y no sé por qué,
porque debía ser común, siento esa sensación de haber hecho el bien, aunque me
sienta mal por los amigos, a los que un huracán
les deparó este amanecer de piedras y árboles caídos.
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