“La mesa de lectura de cada tabaquería
fue tribuna avanzada de la libertad (…)”.
José Martí
Se escucha
por el audio de la Fábrica de Tabacos de Cienfuegos, el cuento Taita, diga
Usted cómo, de Onelio Jorge Cardoso, en la
voz de Marjoris Pupo Vázquez, la lectora, quien encuentra en el salón de
torcido un público receptivo y ávido de cultura.
“El
padre y él —él dos palmos más bajo de la cintura del padre— llegaron hasta la
cerca. El viejo se metió por el portillo de la piña y estaca en mano se fue
sobre el potro.
“¡Condenáo,
arriba de la potranquita del vecino!”.
“Yo
soy graduada de Humanidades en el Pedagógico y hace seis años me desempeño acá,
donde creo haberme encontrado, porque esta retroalimentación que se establece
con los obreros es muy rica. Recuerdo que estaba de licencia de maternidad
cuando me presenté para el puesto, y tras tres semanas de familiarización,
entre otros candidatos, los tabaqueros me seleccionaron, sí, porque ellos son
el ‘tribunal’ que finalmente aprueba a su lector, el que prefieren, por la
dicción y maneras de leerle”.
Marjoris
me muestra un anaquel repleto de libros y me cuenta que casi todos los ha leído
en voz alta y compartido con los torcedores, quienes hacen sonar sus chavetas
en señal de aprobación tras cada lectura. Sí, porque esa herramienta, una
cuchilla para cortar el tabaco, es también el ícono del torcedor, y hasta modo
de expresión.
“No
solo les leo cuentos o novelas, también la prensa, el ‘5 de septiembre’ es
lectura obligada cada viernes y en el resto de la semana las publicaciones
nacionales, pues las recibimos frescas en la fábrica. También atiendo la
radiobase, por donde se escuchan otros programas dramatizados, como novelas y
de corte informativo. Aquí en la Fábrica tengo que ver, además, con la atención
al hombre”.
En
ese libro de Don Fernando Ortiz, que es casi un tratado de cubanía, Contrapunteo cubano del tabaco y el
azúcar, el sabio escritor cuenta que: “En La Habana la lectura se
introdujo en las tabaquerías en 1865, a impulso de Nicolás Azcárate y fue la fábrica
El Fígaro, la primera que permitió la lectura en sus talleres. Al año siguiente
lo hizo Jaime Partagás en su taller. Luego serían muchas más”.
La
historiografía recoge al oficio de lector de tabaquería como una contribución:
“Por medio de la lectura en alta voz el taller de la tabaquería ha tenido su
órgano de propaganda interna. La primera lectura que se dio en una tabaquería
de La Habana fue la del libro titulado Las
Luchas del Siglo”.
De
vuelta a nuestra conversación, Marjoris responde mis preguntas y detrás se
escucha, como fondo, la novela cubana en una emisión de radio. Los torcedores,
son mujeres casi en mayoría, permanecen atentas a su labor y el aroma de la
hoja del tabaco embriaga dulcemente.
“Tengo una vida normal, en las tardes llego a
casa, comparto en familia las vivencias del día, que no son pocas, atiendo a mi
hijo pequeño Robin Caleb, pero ¿sabes una cosa? En la noche pienso en el
material que leeré al día siguiente. Tengo dos tiempos de lectura, uno en la
mañana y el otro, en la tarde. Este último siempre debe ser un texto bien
original, a esa hora los obreros están casados y necesitan escuchar algo
estimulante.
“No,
que va, yo no fumo. Al principio me molestaba un poco el olor del tabaco, sin
embargo ya no, es parte de mi cotidianidad. Y al tabaco es preciso amarlo, eso
también lo aprendí de este oficio. ¿Qué lecturas prefieren los obreros? Bueno,
le gustan los policiacos, pero en general aprecian la literatura y la
información, lo que contribuye mucho a su cultura general, lo cual agradecen”.
Y
ya es la hora de lectura, dejamos a Marjoris en su tribuna, escuchamos la
música de las chavetas, y hasta creemos es una despedida a nuestro equipo.
Alcanzo la salida creyendo escuchar esta entrevista el viernes próximo y logro
escuchar la voz de mi entrevistada, que retoma al Cuentero Mayor.
“¡Sálete,
puñetero! Quedó en el aire sobre sus patas traseras, pero ya en el minuto de la
eyaculación, el pisajo echó sobre la tierra su cálida simiente”.
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