No
versa sobre Saramago, el Premio Nobel que tanto admiré y cuyas obras colecciono
con mucho celo, solo acudo a uno de mis autores favoritos, porque ese título
suyo me acompañó todo el día. Aprovechando una visita periodística converso con
Tomás, todo un personaje allí en los predios del Hospital Psiquiátrico de
Cienfuegos. Es el artista plástico de aquella comunidad de casi cien pacientes
y más de 200 trabajadores. Entre los recluidos, cuenta con un privilegio que le
distingue, ha regresado a la lucidez, una breve, espacial y temporal, y nadie
sabe a ciencia cierta cuánto durará. Accede a conversar, y nos acomodamos en un
sofá.
“Yo soy
Tomás Rogelio Artiles Veliz, estoy aquí desde el 2003, pero mi familia viene a
verme y me traen empanaditas y pizzas. Nací en el 1963 y soy pintor, yo he
pintado a todos esos patriotas. Y también estos de acá, que son sobre ciencia”,
dice señalando las paredes del local de rehabilitación, donde recibe terapia
ocupacional. “Estudié en San Alejandro. Conozco a Rafael Cáceres, el pintor, él
me regala materiales”, me dice y busca en una especie de agenda su teléfono,
como prueba de lo cierta de la afirmación, muy cierta.
“No, no
tengo hijos, pero sí tengo sobrinos”, y balbucea unos nombres ininteligibles
que de solo pronunciar aumentan el brillo de sus ojos y le delatan pues se
trata de familiares muy queridos, en quienes Tomás fija su recuerdo.
“¿Sabes
dónde vivo? Por allá por El Triángulo, en La Juanita, allí todos me conocen. A
veces me dan ganas de regresar al barrio, pero no sé…”, y de pronto permanece
pensativo. “Pero no, aquí estoy mejor. La comida es buena, me tratan bien, tomo
las medicinas a su hora y me entretengo con la pintura, pero necesito más
materiales, quiero pintar más”.
Me
cuenta que su madre es especial, ella nació el 20 de octubre. “Ese es el Día de
la Cultura Cubana, por eso soy un artista, por su influencia”. Podría estar
toda la mañana en una conversación con Tomás Rogelio, le hace mucho bien
comunicar todas esas ideas que se atropellan en su memoria, pasa por un período
de lucidez y estabilidad, está tranquilo, sedado, sin embargo, la enfermedad ha
dejado huellas de deterioro físico, luce mucho mayor.
“Te
quiero pintar, sí, hacerte un dibujo, y a ellos también”, apunta al estudiante
de Periodismo que me acompaña y al chofer. “Para que se lleven un recuerdo”, y
así termina nuestra plática, me llevo a casa mi boceto y un corazón estrujado,
porque una locura a destiempo truncó los sueños de Tomás Rogelio, a quién ahora
salvan toda la humanidad, cariño y cuidados prodigados allí en un hospital devenido
hogar. Bendita lucidez que le permite comunicarse.
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