sábado, 5 de noviembre de 2016
La Maravillosa: refugio en verde
Hace diez años atrás, cuando en un domingo de cita familiar mi padre dijo en casa que se jubilaría, todos nos miramos de la misma manera: con asombro. Porque él es un hombre hiperactivo, ¿cómo se sentiría las 24 horas del día en un apartamento pequeño? Pero en verdad estaba cansado, y la diabetes había hecho mella en su salud. Era hora de dejar los horarios y la lucha cotidiana, y hasta de inyectarse la insulina con premura.
Pero cuan equivocados estábamos. Antes del inesperado anuncio paterno mi madre, una profesora también jubilada, había adquirido un pedazo de tierra en usufructo, unos 7 cordeles, en un solar por sobre el cual cruza una línea de cables de alta tensión y donde ya ella había plantados algunos árboles frutales, especias y flores.
Desde entonces aquel se convirtió en el refugio de mi padre, quien inauguró allí en la finquita su primer día de “descanso” laboral, sin sobresalto alguno para la familia, pues el sitio dista apenas algunos centenares de metros de casa. Nadie sabe cuánto bien representó aquella decisión para él, amén de los beneficios adicionales al consumo familiar y hasta de los propios vecinos.
Frutales, flores, especias, vegetales, viandas, cerdos, gallinas y sus huevos criollos, guanajos, conejos, abejas de la tierra con sus mieles, plátanos de muchas variedades, y hasta cacao y café, entre otros cultivos y animales, crecen y se reproducen allí y sus frutos alimentan a más de uno en el barrio de Pastorita, en Cienfuegos, muy cercano a la Universidad.
Ya hoy no es un solar yermo, mucho menos el sitio donde se arrojaba la basura. El antiguo marabuzal se convirtió en el lugar más verde de aquellos contornos, asiento de la finca de Referencia de la Agricultura Urbana La Maravillosa, el mundo de mi padre, prueba hecha fe de que la tierra pare todo cuanto seamos capaces de fecundarle, con trabajo y cuidados.
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