Ya los velorios no son como antes. Claro, eran rituales
que tenían más que ver con las poblaciones rurales y que por lo general no eran
citadinos, aunque muchos optaban por esa opción porque la Funeraria costaba demasiado.
Se juntaban las sillas de los vecinos, los vasos, tazas, y cubiertos para el
buffet; y hasta se encargaba café, queso, jamón, vinos, para ofrecer a parientes
y amigos de los dolientes. Pero desde que Emilio Roig de Leuchsenring,
intelectual cubano, escribiera sobre el tema, hasta los días de hoy, las cosas
han cambiado mucho.
Y sí, en la actualidad todo funciona de una manera
diferente, ahora, la mayoría de los velorios tienen lugar en la Funeraria de
los pueblos, donde se encuentran “ciertas condiciones” para recibir a dolientes
y personas que vienen por el último adiós, o en señal de respeto a la familia y
al fallecido: amigos, vecinos, compañeros.
Los ceremoniales han perdido mucho de la idiosincrasia
que caracteriza a los criollos, y no lo digo solo por el chocolate caliente, ni
el queso o jamón, que como andamos con los pies sobre la tierra y cruzando
tiempos difíciles, somos más pragmáticos y lo dejamos para el desayuno; no, lo
digo por una condición que no lleva recursos y se trata del RESPETO.
Mostrarlo, es verdad, no cuesta nada, pero sí lleva una
alta dosis de sensibilidad de quienes día a día se enfrentan a la muerte y
llegan a verla como un ritual común, sin a veces considerar que cada familia y
cada fallecido, merece la solemnidad del acto, desde que entra el cadáver a una
sala de Patología, y su traslado en camilla por los pasillos del Hospital,
hasta que es depositado en una fosa, nicho o bóveda.
Resulta un momento duro y triste, porque nunca se está lo
suficientemente preparado para ver morir a un familiar o persona querida, sean
cuales fueran las circunstancias; y todo cuanto ocurre posteriormente, queda
para siempre en nuestra memoria, desde cómo fue trasladado en una camilla hasta
cómo lo dejamos allí en su lecho final.
Es una consecuencia lógica: vivimos, crecemos, nos desarrollamos
y morimos; y deberíamos comprenderlo así, pero no, seguirá siendo difícil
comprenderlo, y los momentos que siguen a la muerte de un pariente o amigo, son
de absolutas señales de respeto y así deberemos asumirlo, no solo en lo más
íntimo del círculo familiar, sino en la relación con todas aquellas personas
que tienen que ver con los actos de velatorio y enterramiento, y me explico con
hechos.
¿Por qué cuando resta solamente media hora para el
funeral, llega hasta la capilla un electricista a reparar, justo en la pared
donde está el féretro, dos lámparas que están sin funcionar desde hace mucho?
Con el consiguiente despliegue de herramientas, alicates, destornilladores,
ruido, y los dolientes quedan de una pieza ante semejante acto. ¿Era preciso? ¿Por
qué no esperar los 30 minutos que restaban para que la capilla quedara vacía?
¿Acaso se preparaban para un fallecido de “mayor rango”?
Sin tomar en cuenta el calor y el sudor, así como la
fuerza que deben desplegar, por qué los trabajadores del cementerio, encargados
de dar sepultura permanecen sin camisa, fuman, hablan alto y hasta he escuchado
intercambiar frases entre ellos como: “estás en la bobería”.
¿Por qué no funciona la planta alta de la Funeraria? Hay
días en los que se congestiona el lugar, ¿acaso no es sabido que la muerte no
se planifica? ¿No hay un soporte para el féretro en cada capilla?
¿Por qué los conductores andan tan apresurados que no
pueden dar vía a un cortejo fúnebre en la intersección de Prado y Castillo?
¿Por qué no se ha buscado una solución a la congestión vehicular en el céntrico
lugar, y explotar una posible salida por la calle de Cristina? Son demasiadas
preguntas, a las que esta periodista busca respuesta en nombre de nuestros
lectores. Y todas las interrogantes tienen un común denominador RESPETO.
Y dejo pendiente para continuar con el tema: la mala
calidad de los féretros, la envoltura interior, la puntillas y martillazos para
colocar y cerrar cristales y tapas, la administración de las llaves de los
baños por los dolientes, la falta de teléfonos en las capillas, entre otros
aspectos que también tienen que ver con RESPETO.
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