Ahora mismo quizá Luis Ciriano estuviera leyendo una página del Periódico, en la cotidiana faena de corrector, oficio desempeñado por él en los últimos tiempos, cuando la “calle” se le hizo demasiado pesada. Lo veo casi igual, pequeño, con los años a cuesta y su risa sarcástica… Pero el Ciri ya no está ni estará más en la Redacción, no veremos su silueta encorvada por el tiempo, ni el halo mágico de la sabiduría que lo iluminara, esa cualidad cual gran diccionario enciclopédico andante, siempre a la mano para consultar cuando era preciso
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Tengo la deuda de escribir sobre un Periodista, el más común, pero quien en este oficio de a pura voluntad tuvo la paciencia de leer mis trabajos, corregirlos, sugerir, aconsejar… Recuerdo mi primer intento de escribir una crónica y sobre la cuerda floja caí en lo cursi: tras una rápida lectura, afloró su típica sonrisa de cuando algo no le gustaba, dijo: “crónica no es, pero, ¿tú sabes para qué está bueno esto?, para papel higiénico”, conste no pongo la cita textual ni los términos proferidos.
Sin embargo, los enfados no duraban mucho con el Ciri, sencillamente era demasiado práctico y directo para esconderse tras protocolos y rencores. Ser parte de una prole de 20 hermanos lo formó en la estirpe de quienes no se andan con tibiezas. Llegó a la Universidad de La Habana a la edad en que debía estar graduado y comenzó ya pertrechado de todas las herramientas, nadie hubiese imaginado a aquel guajirito de Placetas poseedor de tamaña cultura y formación intelectual, a puro didactismo.
Llevaba la marca de un libro bajo el brazo, lector voraz, le echaba mano, desde los clásicos hasta los noveles, sin distingos ni miramientos, también leía en inglés con una facilidad increíble, parecía Shakespeare sentado a su secreter. Resultaba el moderador de los debates en la Redacción. Ahora mismo estoy pensando en uno de los más ricos, sobre eclecticismo. El término era usado en un comentario, y cuando la página llegó a sus manos ahí mismo se armó la polémica. Para colmo, dos de los diseñadores del semanario, arquitectos por demás, se sumaron al debate. Al final, creo el asunto duró varios días sobre el tapete, movió la cabeza, un gesto muy típico, dijo, “no cambien la palabra, pero para mí, está mal usada”.
Así era Luis Ciriano, de los nuestros, batallador, intransigente, con una enorme experiencia en las lides de hacer Periodismo. Sobre la muerte resulta difícil hablar, mucho más escribir, el teclado está más recio hoy, las palabras cuestan, duelen. Ese era su mayor temor, un miedo no reconocido, casi una fobia: no quería morir. En una de sus disquisiciones con Camilo, quien mejor acá lo comprendía y hasta mimaba, comentó más de una vez el tema. “Es que llega así, no importa todo lo hecho, se acaba sin tiempo para más, resulta como una instantánea”.
No, el Ciri no era un ermitaño ni un misógino, sabemos cuanto le gustaba compartir, eso sí, nada material porque le bastaba poco para la subsistencia, en cambio sí sabiduría, polémica, argumentos. Tuvo su gran amor, aquella guajirita de Acopio en Placetas, quién según cuentan le rompió el corazón y entonces se le pasó el tiempo para el recomienzo.
Y así dejó de respirar, en un segundo, quedándonos este enorme vacío desde mucho antes, cuando la enfermedad nos privó de su presencia y las páginas a revisar se compartieron entre otras manos y sólo en apariencias dejamos de tenerlo. Pero caímos en cuenta que Ciriano no era tan callado ni pasaba tan inadvertido, porque si no, ¿por qué tanta tristeza? ¿Por qué ese olor dulzón de la ausencia inunda hoy la Redacción? ¿Por qué este teclado está tan recio y las palabras pesan demasiado? Y al final me queda una duda, quién me dice si esto es una crónica, si Ciriano no está?
Nota: Esto lo escribí hace unos tres años, cuando Luis Ponciano Ciriano García, acababa de morir, todavía no nos acostumbramos a su ausencia, lo recuerdo siempre y me enseñó MUCHO en este oficio, descanza en paz!!!
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