Para la existencia humana los oficios resultan imprescindibles, porque
aunque nuestros antepasados necesitaban de poca “pacotilla”, muebles y trapo
para subsistir, los contemporáneos no somos nada sin toda esa infraestructura
sobre la que se soporta nuestro cotidiano andar sobre la tierra.
Los de maestros, médicos,
ingenieros y otras profesiones, ya sean de perfil ancho o estrecho, están
garantizados, o al menos se han creado las condiciones para formarlos. Ya la Universidad se ha
acercado tanto al pueblo que casi la tenemos en el patio de nuestras casas; de
modo tal, que el capital humano será cada vez más numeroso, cómo debe ser en
una sociedad dialéctica.
Ahora, que se le tupa el tragante
del fregadero para que usted vea que ni invocando a los dioses del Olimpo
resuelve el problemita. Vaya, ni viajando a Harvard o La Sorbona podrá empatarse
con un fontanero que le cobre barato, cumpla la palabra empeñada en día y hora,
ah!, y tenga una cinta, el artefacto mágico con el que ellos destupen los
tragantes.
En una disección imaginaria a la
sociedad y fundamentando mi comentario en este escudriñar diario de la
cotidianidad, me atrevería a aseverar que costureras, albañiles, plomeros,
mecánicos y otras muchas profesiones, vitales e imprescindibles, están en
peligro de extinción.
Porque sucede que si en otras
épocas se trasmitían de generación en generación, ya hoy no sucede igual. Y he
aquí un tema al que necesariamente habrá que buscarle, y pronto, una
explicación plausible, asunto que por supuesto le dejamos abierto a los
sociólogos.
Los albañiles, por ejemplo, esa
suerte de artistas del cemento y la arena gracias a quienes nos guarecemos de
la intemperie bajo un techo, esos sí merecen un aparte. Para fortuna de ellos y
desgracia de los amantes de la arquitectura, abunda el eclecticismo en la
construcción, porque ¿qué sería de estos obreros si algún cliente, particular o
estatal, les pidiera un inmueble con relieves, volutas, marquesinas o
verdaderas columnas?
El maestro de obra, otrora toda una
institución, siempre decía la última palabra en su campo, y no por autoritaria,
sino por autorizada. Bastaba una orden suya de demolición de una pared por mala
calidad para que se cumpliera de inmediato. Ahora los ejecutores no pueden
hacerlo, entre otras cosas porque el compromiso de entregar la obra equis no
puede incumplirse. El día inaugural habrá rostros sonrientes durante el acto de
cortar la cinta, y a nadie le preocupará que el defecto esté allí, simulado
tras la estructura de un mueble. Por más que nos cansemos de repetirlo, nadie
toma en cuenta que con esa actitud literalmente no estamos mas que acabando con
la calidad y haciendo daño a un oficio que, con cuchara, frota y nivel puede
alcanzar niveles rayanos con el puro arte.
Aquello de quedar mal con los
clientes es fama muy bien ganada, así como la de dejarlo todo embadurnado de
cemento al concluir el trabajo. Nada, que cuando usted tiene que enfrentarse a
una construcción o mejora constructiva ya sea en casa o en el trabajo, sufre
sólo de pensarlo, porque da por sentada la inminente lidia contra la
chapucería.
A las costureras siempre las he
admirado. Cuando no eran épocas de shopping, dólar despenalizado y no estaba
impuesta la ilusa moda de usar camisetas de marcas copiadas, Reebok, Adidas,
Nike, Puma y otras, las podía encontrar dando pedal y resolviéndole al vecino.
Ahora, por lo general, las halla sumidas en una industria al por mayor, donde
la ganancia es más jugosa que lo que puede recoger remendando la vida del
barrio.
Por fortuna, todavía quedan
ejemplares por ahí de estas suertes de especies en extinción, así que no se me
ofendan los buenos, los que salvan la honrilla y facilitan la vida a quienes se
nos tupen tragantes, hacen un closet, echan una pared, o simplemente hacen una
ropa de ocasión con un vestido reciclado de la época de Maria Castañas.
De los mecánicos no quiero ni a
comentar, porque los de automotores, por ejemplo, se han vuelto tan careros hoy
día que es casi una quimera mantener un carro y seguir militando en las filas
de la gente honesta.
A los zapateros no les ha ido tan
mal. Y si así resulta se lo deben en buena medida a la pésima calidad del
calzado que se oferta en las tiendas, brecha que les ha proporcionado ganar con
seguridad espacio y clientela en el mercado. Por eso no les falta trabajo, muy
bien cobrado por cierto.
Pues sí, que hay oficios que sufren
un gradual proceso extinción, y lo harán por completo, como los dinosaurios o
el dodo, si no se toman cartas en el asunto, y pronto. Para remediarlo hay
mucho que hacer, y hasta podríamos imitar a Eusebio Leal, quien en su
incansable afán patrimonial por salvar su Habana, nuestra también, se ha
lanzado a una tarea digna de figurar en la Odisea : el rescate de oficios ya casi desaparecidos:
herreros, forjadores, ebanistas... Óigame, porque le zumba el mango encontrar
un plomero a domicilio hoy día.
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