lunes, 24 de marzo de 2014

En extinción como el dinosaurio



Para la existencia humana los oficios resultan imprescindibles, porque aunque nuestros antepasados necesitaban de poca “pacotilla”, muebles y trapo para subsistir, los contemporáneos no somos nada sin toda esa infraestructura sobre la que se soporta nuestro cotidiano andar sobre la tierra.
  Los de maestros, médicos, ingenieros y otras profesiones, ya sean de perfil ancho o estrecho, están garantizados, o al menos se han creado las condiciones para formarlos. Ya la Universidad se ha acercado tanto al pueblo que casi la tenemos en el patio de nuestras casas; de modo tal, que el capital humano será cada vez más numeroso, cómo debe ser en una sociedad dialéctica.
  Ahora, que se le tupa el tragante del fregadero para que usted vea que ni invocando a los dioses del Olimpo resuelve el problemita. Vaya, ni viajando a Harvard o La Sorbona podrá empatarse con un fontanero que le cobre barato, cumpla la palabra empeñada en día y hora, ah!, y tenga una cinta, el artefacto mágico con el que ellos destupen los tragantes.

  En una disección imaginaria a la sociedad y fundamentando mi comentario en este escudriñar diario de la cotidianidad, me atrevería a aseverar que costureras, albañiles, plomeros, mecánicos y otras muchas profesiones, vitales e imprescindibles, están en peligro de extinción.
  Porque sucede que si en otras épocas se trasmitían de generación en generación, ya hoy no sucede igual. Y he aquí un tema al que necesariamente habrá que buscarle, y pronto, una explicación plausible, asunto que por supuesto le dejamos abierto a los sociólogos.
  Los albañiles, por ejemplo, esa suerte de artistas del cemento y la arena gracias a quienes nos guarecemos de la intemperie bajo un techo, esos sí merecen un aparte. Para fortuna de ellos y desgracia de los amantes de la arquitectura, abunda el eclecticismo en la construcción, porque ¿qué sería de estos obreros si algún cliente, particular o estatal, les pidiera un inmueble con relieves, volutas, marquesinas o verdaderas columnas?
  El maestro de obra, otrora toda una institución, siempre decía la última palabra en su campo, y no por autoritaria, sino por autorizada. Bastaba una orden suya de demolición de una pared por mala calidad para que se cumpliera de inmediato. Ahora los ejecutores no pueden hacerlo, entre otras cosas porque el compromiso de entregar la obra equis no puede incumplirse. El día inaugural habrá rostros sonrientes durante el acto de cortar la cinta, y a nadie le preocupará que el defecto esté allí, simulado tras la estructura de un mueble. Por más que nos cansemos de repetirlo, nadie toma en cuenta que con esa actitud literalmente no estamos mas que acabando con la calidad y haciendo daño a un oficio que, con cuchara, frota y nivel puede alcanzar niveles rayanos con el puro arte.
  Aquello de quedar mal con los clientes es fama muy bien ganada, así como la de dejarlo todo embadurnado de cemento al concluir el trabajo. Nada, que cuando usted tiene que enfrentarse a una construcción o mejora constructiva ya sea en casa o en el trabajo, sufre sólo de pensarlo, porque da por sentada la inminente lidia contra la chapucería.
  A las costureras siempre las he admirado. Cuando no eran épocas de shopping, dólar despenalizado y no estaba impuesta la ilusa moda de usar camisetas de marcas copiadas, Reebok, Adidas, Nike, Puma y otras, las podía encontrar dando pedal y resolviéndole al vecino. Ahora, por lo general, las halla sumidas en una industria al por mayor, donde la ganancia es más jugosa que lo que puede recoger remendando la vida del barrio.
  Por fortuna, todavía quedan ejemplares por ahí de estas suertes de especies en extinción, así que no se me ofendan los buenos, los que salvan la honrilla y facilitan la vida a quienes se nos tupen tragantes, hacen un closet, echan una pared, o simplemente hacen una ropa de ocasión con un vestido reciclado de la época de Maria Castañas.
  De los mecánicos no quiero ni a comentar, porque los de automotores, por ejemplo, se han vuelto tan careros hoy día que es casi una quimera mantener un carro y seguir militando en las filas de la gente honesta.
  A los zapateros no les ha ido tan mal. Y si así resulta se lo deben en buena medida a la pésima calidad del calzado que se oferta en las tiendas, brecha que les ha proporcionado ganar con seguridad espacio y clientela en el mercado. Por eso no les falta trabajo, muy bien cobrado por cierto.
  Pues sí, que hay oficios que sufren un gradual proceso extinción, y lo harán por completo, como los dinosaurios o el dodo, si no se toman cartas en el asunto, y pronto. Para remediarlo hay mucho que hacer, y hasta podríamos imitar a Eusebio Leal, quien en su incansable afán patrimonial por salvar su Habana, nuestra también, se ha lanzado a una tarea digna de figurar en la Odisea: el rescate de oficios ya casi desaparecidos: herreros, forjadores, ebanistas... Óigame, porque le zumba el mango encontrar un plomero a domicilio hoy día. 

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