Era el 11 de
septiembre de 1973 cuando la imagen de un televisor ruso trajo hasta la sala
de mi casa, para entonces yo una pequeña despreocupada, las imágenes en blanco
y negro de la metralla, bombas, gases lacrimógenos, que luego devino certeza:
la Moneda, el palacio de Gobierno chileno, había sucumbido cuando su último defensor, Salvador Allende,
prefirió morir a caer en manos de los traidores, quienes hasta el día anterior
compartían la mesa de Gobierno del Chile de la Unidad Popular.