Son cienfuegueros los protagonistas del primer trasplante de órganos de
conyugue vivo en el país, acto que sitúa a la Medicina cubana a nivel de Primer
Mundo
Haray y
Harold Godoy Del Sol son dos gemelos cienfuegueros que hoy cumplen 41 años de
edad. Podrían pasar inadvertidos a los ojos de muchos, eran, apenas un tiempo atrás,
dos personas comunes, hasta que, Haray, la hermana, comenzara a vivir con un
riñón que le fuera donado, resultante de un altruista y amoroso gesto. Cuando
era una estudiante de 5to. año de la carrera de Medicina fue diagnosticada con
insuficiencia renal. Sin embargo, a pesar de vivir con las limitaciones
particulares de la enfermedad, se recibió como doble especialista: en Medicina
General Integral y Legal.
En la
consulta de la nefróloga Marta Casanovas transitó por varios estadios, hasta
llegar a la de Predialisis por el lógico agravamiento de la patología. De
inmediato, el equipo básico de trabajo comenzó la coordinación para un posible
trasplante renal en la capital del país.
“Mi
hermano fue siempre la primera opción como donante y en los exámenes iniciales
resultamos compatibles. Tras varias pruebas complementarias, llegó el dictamen:
una malformación vascular, relativa al tamaño de arterias y venas impedía la
donación; ese entramado, suerte de tuberías, debe coincidir casi a la
perfección. Recuerdo que por ese tiempo hacía una rigurosa dieta a base de
arroz blanco y col, no quería llegar a la diálisis porque ese sería el inicio
del fin”.
Pero
Haray, con el apoyo de una familia amorosa, no se rendía. En una de las
consultas en la capital, Rafael, el esposo, se ofreció como donante. Amparados
por una Resolución de Salud Pública que actualizó el Reglamento para la donación
y trasplantes de órganos en septiembre de 2015, este procedimiento sería
posible, por primera vez en Cuba, entre conyugues vivos. El consenso debió
respaldarse ante notario.
“De
inmediato comenzó el protocolo de exámenes y pruebas”, comenta Rafael Jiménez
Domínguez, ingeniero mecánico de 41 años, el hombre que protagonizara este
altruista y hermoso gesto de amor. “Te puedo decir que fui sometido a un
riguroso chequeo de salud, siempre sentí protección del equipo médico y hasta
cierta presión para que estuviera seguro de a qué me enfrentaba”.
Y llegó
el momento. Los esposos Haray y Rafael, quienes se habían conocido más de 11
años atrás en una cita al cine, tras largas conversaciones telefónicas, de la
manera más romántica y a la usanza de Amor verdadero, marchaban al quirófano
por un todo o nada. Los cirujanos Silvera, Norland y Sarduy formaron el equipo
que extrajo el riñón del donante, a través de una cirugía de mínimo acceso,
juntando la experiencia del Hospital Hermanos Amejeiras y el Centro de Investigaciones
Médico Quirúrgicas (CIMEQ).
Esta
vez no estaban sentados en el lunetario de un cine, sino en quirófanos vecinos,
pero igual de romántico, decidiendo la vida de la pareja.
“Fueron
más de tres horas de intervención quirúrgica, y la primera frase que pronuncié
fue, ¿cómo está ella?”. “Era tanta la insistencia, comenta Haray, que la
doctora nos tomó fotos con el celular para convencernos”. Han transcurrido casi
dos meses, están sentados en la habitación de casa, los ojos brillan de
felicidad, es hasta contagiosa para quienes le visitamos, desde la puerta,
porque la higiene y el aislamiento son ahora las mejores medicinas, muy a pesar
de vivir frente a una parada de coches, riesgo ambiental que pone en peligro
vidas y el éxito de un hito de la Medicina cubana.
Sin
distingos de apellidos o nombres ni correcta ortografía, la pareja insiste en
mencionar a todo el equipo que hizo posible el retorno a la vida: Marta
Casanovas, José Roque (coordinador de trasplantes en Cienfuegos), Yissel
Carreño, Hanoi, Daymiris Méndez, Valdivia; todos los trabajadores de CIMEQ… A
Cuba, porque solo aquí, sin tener que pagar un centavo, fue posible.
“¿Sueños
dices? Vivir la vida profundamente, mirarla con otra cara, decantar lo material…”,
dice Rafael, mientras Haray acota: “Volver a usar tacones, ir a una fiesta,
visitar Santiago de Cuba”. Dejo la habitación y alcanzo la calle,
consciente de haber asistido a una clase magistral de humanidad, esa que va a
las mismísimas esencias.
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