Entrevistar a María Antonia Cardoso es como
adentrarse en un mundo real maravilloso, por la riqueza del universo en que se
mueve esta auténtica mujer cubana de 60 y tantos años, para la que la vida
cuenta en cada una de sus unidades de tiempo. Es la mulata criolla típica,
todavía hermosa a su edad, mixtura de lo que nos dejaron los pobladores de la
península Ibérica y los africanos, venidos a esta Isla. Y aún cuando el
propósito de este ejercicio profesional era bien específico, el camino se
bifurcó desde el comienzo.
“Yo soy una guajira de la finca Tanteo, en
Rodas. Qué te voy a contar, imagínate que en mi casa vivíamos más de 20
personas, los abuelos, mis padres y 11 hermanos, yo soy la quinta hija de esa
prole. Pero, a pesar de la miseria fuimos muy felices. Una familia unida, en el
campo, rodeada de tanta belleza natural. A los 13 años sólo había alcanzado el
4to. grado y me fui a trabajar al pueblo, a casa de los alcaldes de Rodas, Miguel
Ángel Padrón y su esposa, Aurora. Allí era una especie de doméstica, ayudaba a
la niñera en el cuidado de los pequeños”.
Pero el 4to. grado de Toña, como la conocen
sus íntimos, era muy superior, por cuanto de su mamá, que sabía leer y
escribir, heredó el “vicio” por la lectura. “Yo amaba aprender, sentí mucho
dejar los estudios, pero la necesidad era apremiante, y la inestabilidad de la
escuela también influyó. Eran tiempos difíciles, el dueño de la finca Tanteo,
siempre muy considerado con los campesinos arrendatarios, había muerto, y los
nuevos dueños querían venderla. Aquello fue un suceso de connotaciones
políticas para el tranquilo pueblo de Rodas, en el que se vio envuelta mi
familia”.