martes, 9 de febrero de 2016

Y son tan lindos los recuerdos…



 ´http://www.zumaques.com/blog/wp-content/uploads/2009/05/estante_infinito.jpg

He regresado a mi antiguo apartamento. Llegué asustada con tanto polvo, los muebles desarreglados, tragantes tupidos, dificultades con el agua… Lo primero que hice fue organizar mis libros, mis queridos libros, en un orden prioritario, ellos eran lo primero. “Mami, bota todos esos libros, si ya vas a cumplir 50 años”, sentenció mi hijo de 19, y me dejó de una pieza. ¿Acaso ya se me acaba la vida?, le contesté.
Terminé echando a la basura algunos papeles, viejos, sin ningún valor documental o sentimental, pero mis libros no, esos me acompañarán siempre. A mi hijo lo comprendo, es de la era tecnológica, para él importa más su disco extraíble de un tera. Pero el olor de las páginas, las encuadernaciones, dedicatorias, las rosas que guardé entre ellos… ese valor no lo tendrá nunca un frío disco extraíble.
Allí, justo al lado de librero, en una columna, están las medidas y las fechas de cómo fueron creciendo mis pequeños, que ahora miden entre 1.75 y casi 1.90. Las palpé y regresé a aquellos días en que verlos crecer era parte de la rutina, con la esperanza, falsa, de que al hacerlo, serían más pequeños los problemas, en una relación inversamente proporcional.
Al cabo, olvidé los tragantes tupidos, el polvo, la falta de agua… y recordé cuántos momentos lindos viví allí en ese apartamento, su preciosa vista, el aire fresco, la ausencia de insectos, los queridos vecinos y el olor de mis libros, demasiados recuerdos lindos como para no quererlo.

lunes, 1 de febrero de 2016

A su Amparo

Amparo y la autora, en el reencuentro.


En las mañanas hacía una carrera contra reloj: levantar a los pequeños, prepararles el desayuno, bañarlos, vestirlos... debía estar en el Círculo Infantil antes de las 8 de la mañana y nunca lo lograba. Llegaba sofocada, siempre "pasada" unos minutos, pero allí me esperaba para abrirme la puerta y dejar pasar a los pequeños. También tomaba a escondidas los pomos de yogurt natural y los frascos con gelatina, para reforzarles la merienda, porque padecían trastornos de mala absorsión y estaba prohibido llevar alimentos de la casa.
Y llegaban las tardes y el ritual se repetía, allí estaba ella, esperando, rodeada de niños, en medio de un coro enorme como si fuera una más, su alegría contagiaba y era como una fiesta.