miércoles, 2 de diciembre de 2015

Barbarita



 
Barbarita y la autora, muchos años después de terminar el Preuniversitario.

 Una mujer menuda, pequeña, de buen vestir, con su pelo teñido de rubio, de hablar pausado y que jamás levantara la voz, era capaz de hacer temblar a los más de 500 alumnos del preuniversitario, allá por los ’80. Se trata de Bárbara Veloz Hernández, apellidos inolvidables, quizá por los fines de semana sin discoteca, en la escuela SIN PASE, para cumplir la norma de guataquear al “narigón” la hilera de matas de naranja restante, fruta preferida desde entonces, porque aprendí a cultivarla y recolectarla, ¡a las buenas y a las malas!


  Pero la rectitud de Barbarita, la directora del IPUEC Bárbaro Álvarez, de Cumanayagua, no sobrepasaba los límites; lo era y es todavía a los más de 40 años de labor, porque siempre actuó de manera respetuosa, sin denigrar ni humillar a ninguno de sus estudiantes. Al levantarnos, a las 6:00 de la mañana, ya desandaba los recovecos de la escuela y no marchaba a casa, hasta tocar la campana para el sueño. Y eso tiene un nombre: consagración al trabajo.

  Sobre el controvertido asunto del respeto alumno-padre-profesor, traigo a colación a Doña Bárbara, no la de Rómulo Gallegos, sino la Veloz, aquella mujercita moviéndose por los pasillos del Pre, entrando a los albergues, baños, aulas, privados-cátedras, cocina-comedor, como reina en sus predios, donde supervisaba hasta el más mínimo detalle.

  Pero los tiempos en los que el maestro, en el sentido más amplio de la palabra, era una institución, por penoso que resulte mencionarlo, quedaron atrás. Las reuniones de padres, momento para dirimir un asunto de lo general a lo particular, deviene gallinero, acepción bien cubana de desorden.

 Algunos progenitores quieren buenas notas para sus hijos, a costa de todo, sin importarles los principios éticos y morales. Las citas terminan sin llegar a un acuerdo y más de uno hasta alza la voz. El Plan Jaba, aquella modalidad de ayudar a la mujer trabajadora, estuvo a punto de convertirse en un nuevo vocablo del diccionario de la Real Academia de la calle, con otro significado, salvado el fenómeno con la instauración de los centros urbanos, idea aplaudida con manos y pies.

  Contra muchos molinos de viento, incomprensiones, actitudes deshonestas, “regalitos”, deben luchar a diario los educadores, los de vocación pura, quienes de veras quieren una generación mejor, de valores, capaces de echar a andar la palanca de Arquímedes y empujar este mundo lleno de contradicciones económicas, sociales y políticas.

  Son necesarias muchas Barbaritas, que en la forja de la enseñanza y el aprendizaje no distinga al hijo de este o aquel, repudie el fraude, exija por el trabajo, aun cuando como a mi nos costara el fin de semana en el campo guataca al hombro; que sólo aplauda a los victoriosos, aquellos que llenaron la mochila de conocimientos, rudimentos necesarios para llegar lejos.

  El maestro o profesor es una institución, la sociedad toda les debe respeto y reverencia. Son educadores las 24 horas y los 365 días del año, en la escuela, la casa, el barrio y dondequiera. De la categoría exceptúo a quienes puertas afuera son vulgares, no observan un comportamiento adecuado y mucho menos pueden educar o moldear, incluso, al más dócil de los estudiantes.

  Barbarita, la cabal educadora, entregada, máster de tiempos modernos y difíciles, enseñó a los de mi generación de esfuerzo y voluntad; a no pedir sino ofrecer, a no criticar sino enmendar, hacer de los amigos un clan de principios, y del conocimiento, el único tesoro que nadie nos puede arrebatar, la riqueza que jamás va a la quiebra.

    

No hay comentarios:

Publicar un comentario