Las
revoluciones siempre serán procesos difíciles y dolorosos. No se cambia, rompe
o desgarra una sociedad, supuestamente, organizada y estructurada, sin que
quede flotando el resentimiento de la pérdida, casi siempre material, en un
sector minoritario -los dueños de casi todo y la burguesía. Porque las
revoluciones son de los de abajo, de los desposeídos, de la mayoría. Y así ha
pasado en casi toda Latinoamérica, el continente de las revoluciones y los
cambios sociales.
Los
últimos acontecimientos, primero en Argentina y ahora mismo en Venezuela,
encienden la alerta de una Izquierda que removió la conciencia en la región, en
países en los que se habían producido cambios en lo social. ¿Pero acaso esos
mismos que votaron a favor de la Derecha son conscientes de sus actos?
Me
inclino a pensar que no, y que no hay una matriz ideológica sólida en los
pueblos a la hora de discernir sobre la conveniencia. No le echemos toda la
culpa a las campañas mediáticas; porque es la obra en sí, los logros que se
palpan en el acceso a los recursos, a la dignidad, lo que cuenta a la hora de
ejercer un voto en el cual le va a los pueblos la plenitud y la vida misma.
Porque las revoluciones se hacen para bien, es después de hechas, cuando es preciso
mantenerlas.
Venezuela
votó y perdió. La revolución Bolivariana permanece en pie, pero de ahora en lo
adelante todo será más difícil, con una oposición con el poder legislativo, que
fuera, precisamente, legitimada por una mayoría.
El
desabastecimiento, subidas de precios, inseguridad… el no establecimiento de
políticas viables que pasen de las promesas a la realidad, sostuvo la mano de
muchos venezolanos a la hora de votar este seis de diciembre. Problemas que la
Derecha no resolverá, pero que sí bien supo aprovechar.
Desde
fuera, allá donde los poderosos, hay algarabía. No les convenía que las riendas
de América Latina estuviesen en manos que no responden a sus intereses y
mandamientos; y hacen lo imposible y posible por desestabilizar la región, les
resulta más cómodo lidiar con la Derecha entreguista.
Y
recurro a Gabriel García Márquez, escritor colombiano y uno de los cronistas
del drama de esta región, quien en un acto de protesta, desechara el frac exigido
para recibir el Nobel de Literatura, y vistiera, en plena ceremonia europea, un
traje tradicional colombiano, quizás un modo de atraer la atención hacia una tierra que: “No
quiere, ni tiene por qué, ser un alfil sin albedrío, y no tiene nada de quimérico
que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una
aspiración occidental”.
Montesquiú,
el pensador francés, quizá hubiese enriquecido su libro, convertido en un
clásico, El Espíritu de las Leyes, con las teorías que hoy rondan los procesos
sociales en América Latina, lejos de esa Europa, de las que nos separan más de
300 años de civilización.
“Los
ejércitos caminan sobre sus estómagos…” dijo Napoleón y no sé por qué se me
antoja que esta vez la causalidad en Venezuela rozó esta sentencia. En medio de
un panorama de crisis económica y social, Nicolás Maduro tendrá que ser capaz
de echar adelante un país sólo a través del poder ejecutivo, en el que Hugo
Chávez, 17 años atrás había ganado las elecciones por mayoría.
En las
huellas que el colonialismo y el neocolonialismo dejaron en América Latina, al
decir de García Márquez, “destilan su tristeza milenaria nuestros mejores
sueños sin salida”.
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