lunes, 7 de diciembre de 2015

Nuestros mejores sueños sin salida



 
 Las revoluciones siempre serán procesos difíciles y dolorosos. No se cambia, rompe o desgarra una sociedad, supuestamente, organizada y estructurada, sin que quede flotando el resentimiento de la pérdida, casi siempre material, en un sector minoritario -los dueños de casi todo y la burguesía. Porque las revoluciones son de los de abajo, de los desposeídos, de la mayoría. Y así ha pasado en casi toda Latinoamérica, el continente de las revoluciones y los cambios sociales.
Los últimos acontecimientos, primero en Argentina y ahora mismo en Venezuela, encienden la alerta de una Izquierda que removió la conciencia en la región, en países en los que se habían producido cambios en lo social. ¿Pero acaso esos mismos que votaron a favor de la Derecha son conscientes de sus actos?


Me inclino a pensar que no, y que no hay una matriz ideológica sólida en los pueblos a la hora de discernir sobre la conveniencia. No le echemos toda la culpa a las campañas mediáticas; porque es la obra en sí, los logros que se palpan en el acceso a los recursos, a la dignidad, lo que cuenta a la hora de ejercer un voto en el cual le va a los pueblos la plenitud y la vida misma. Porque las revoluciones se hacen para bien, es después de hechas, cuando es preciso mantenerlas.
Venezuela votó y perdió. La revolución Bolivariana permanece en pie, pero de ahora en lo adelante todo será más difícil, con una oposición con el poder legislativo, que fuera, precisamente, legitimada por una mayoría.
El desabastecimiento, subidas de precios, inseguridad… el no establecimiento de políticas viables que pasen de las promesas a la realidad, sostuvo la mano de muchos venezolanos a la hora de votar este seis de diciembre. Problemas que la Derecha no resolverá, pero que sí bien supo aprovechar.
Desde fuera, allá donde los poderosos, hay algarabía. No les convenía que las riendas de América Latina estuviesen en manos que no responden a sus intereses y mandamientos; y hacen lo imposible y posible por desestabilizar la región, les resulta más cómodo lidiar con la Derecha entreguista.
Y recurro a Gabriel García Márquez, escritor colombiano y uno de los cronistas del drama de esta región, quien en un acto de protesta, desechara el frac exigido para recibir el Nobel de Literatura, y vistiera, en plena ceremonia europea, un traje tradicional colombiano, quizás un modo  de atraer la atención hacia una tierra que: “No quiere, ni tiene por qué, ser un alfil sin albedrío, y no tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental”.
Montesquiú, el pensador francés, quizá hubiese enriquecido su libro, convertido en un clásico, El Espíritu de las Leyes, con las teorías que hoy rondan los procesos sociales en América Latina, lejos de esa Europa, de las que nos separan más de 300 años de civilización.
“Los ejércitos caminan sobre sus estómagos…” dijo Napoleón y no sé por qué se me antoja que esta vez la causalidad en Venezuela rozó esta sentencia. En medio de un panorama de crisis económica y social, Nicolás Maduro tendrá que ser capaz de echar adelante un país sólo a través del poder ejecutivo, en el que Hugo Chávez, 17 años atrás había ganado las elecciones por mayoría.
En las huellas que el colonialismo y el neocolonialismo dejaron en América Latina, al decir de García Márquez, “destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida”.

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