martes, 5 de febrero de 2013

"A los 80 pienso descansar"


  Para contar la historia de La Sierrita, un asentamiento poblacional ubicado en las estribaciones del Macizo de Guamuhaya, en el Centro-sur de Cuba, hay que hablar, sin dudas, de Francisco Mejías Mora. Un mulato fornido, de facciones indiadas y de sonrisa permanente. Siempre lo he visto cojear de una de sus piernas, pero a pesar de ello no para de andar de aquí para allá. Tengo el privilegio de conocerlo desde niña y sentir admiración por él.
  Lo recuerdo acabado de llegar de Angola, allá por el año 1975, donde había participado en cruentos combates como miembro de un batallón de los mismos hombres que unos años antes habían limpiado el Escambray. Casi podía ser confundido con un roble, porque por muchos años, más de 26, fuera el administrador del aserradero del pueblo, uno de los principales enclaves económicos de la zona.
  Pero hay un hecho inolvidable para Mejías, como todos lo conocen por aquellas lomas, y es la vez en que estrechara la mano de Fidel Castro: “Eso fue cuando la Operación Barbarroja y capturamos, con la presencia de él, a uno de los bandidos más famosos de entonces, Barbarroja. Muchacha, aquello fue de casualidad, mandamos a avisar a Cienfuegos y allá estaba el Comandante de visita, cuando lo supo se interesó en participar y apareció en la madrugada en su yipi de cuatro puertas, eso fue tremendo.
  “No sólo le di la mano, me quería regalar la pistola del bandido, pero yo tenía la mía y le dije se la diera a otro compañero”. Esta, que fuera la primera captura de los bandidos del Escambray, quedó inscrita en la historia y Mejías resultó uno de los protagonistas. Si algo le duele, es no poder subir a Pico Blanco, el lugar de los hechos, porque el cardiólogo se lo tiene prohibido.
  Acaba de cumplir los 80 años y ahora piensa en la jubilación, porque dice que algo de tiempo deberá quedarle para descansar. “Ahora Estoy trabajando en Protección, en la Cooperativa San José, pero estoy pensando en el retiro, yo creo ya es hora”, dice con una amplia sonrisa y tocando la empuñadura de su machete, ese del que no se separa nunca. Y una siente la sensación de estar hablando con un hombre joven porque su vitalidad salta a la vista.
  “Siempre me ha gustado estar activo. ¿Secreto para vivir más, dices? Muchacha, no estarme quieto, el día que me quede en un solo sitio no me hallo”, dice y ríe. Y se me ocurre pensar que la sonrisa es también una de sus fórmulas para una larga existencia.
  “Estuve una pila de tiempo como voluntario de la PNR, no vayas a creer, la gente de por estos parajes me respetaba, pero ya se pasó el tiempo para esos menesteres, estoy viejo y no le puedo caer atrás ni a una lagartija”, comenta al tiempo que se quita la gorra verde-olivo, ese objeto distintivo le acompaña siempre y sin ella no sería el mismo Mejías que conocen allá arriba.
  No puedo dejar de mencionar a su caballo: “Esa bestia es mi compañero, sobre ella escribo mis historias, no vayas a creer”. A pesar de que su duro corazón se ha querido “rajar ya dos veces”, las heridas se le cierran, porque es mucha la voluntad de mejías.

  “Muchacha, no puedo ver el final, ese está lejísimo, aquí hay Mejías para rato, de eso puede estar segura la gente de La Sierrita. No bajo la loma ni para coger impulso, de eso nada”.

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