lunes, 1 de febrero de 2016

A su Amparo

Amparo y la autora, en el reencuentro.


En las mañanas hacía una carrera contra reloj: levantar a los pequeños, prepararles el desayuno, bañarlos, vestirlos... debía estar en el Círculo Infantil antes de las 8 de la mañana y nunca lo lograba. Llegaba sofocada, siempre "pasada" unos minutos, pero allí me esperaba para abrirme la puerta y dejar pasar a los pequeños. También tomaba a escondidas los pomos de yogurt natural y los frascos con gelatina, para reforzarles la merienda, porque padecían trastornos de mala absorsión y estaba prohibido llevar alimentos de la casa.
Y llegaban las tardes y el ritual se repetía, allí estaba ella, esperando, rodeada de niños, en medio de un coro enorme como si fuera una más, su alegría contagiaba y era como una fiesta.
Confieso que al principio no me gustó, hablaba alto, su dicción no era buena y la encontraba un poco ruda para tratar con los pequeños. Pero cuan equivocada estaba.
Recuerdo el día en que llegué y mi Peke no estaba, lo habían llevado al policlínico por una herida que se había hecho con un juguete. Salí como un bólido, apenas si escuché las explicaciones, en fracciones de segundos, como solo las madres sabemos hacer, recorrí la distancia. Los encontré en el Cuerpo de Guardia, ella lo sostenía acurrucado entre sus brazos como un hijo, mientras el médico daba puntadas en su cabecita y por las mejillas de la Tata corrían lágrimas. Me quedé sin palabras, conmovida, todo cuanto
traía atragantado se desvaneció al instante ante aquel espectáculo maternal.
Son muchas las anécdotas que guardo, todas relativas al cariño, la dulzura en manos rudas, el amor, el compromiso... Por eso, el día que volví a encontrarla, durante una cobertura de prensa, allí mismo en el círculo infantil donde mis hijos, que ahora estudian en la Universidad, fueron educados en su etapa de párvulos, sentí una inmensa alegría. Vino corriendo a darme la noticia, y tras un abrazo, dijo: "¿Sabías que ya soy licenciada?" Seguía siendo la misma negra Amparo de siempre, buena, sencilla, humilde. A seguidas preguntó: "¿Cómo están mis niños?": Siempre a tu Amparo, le respondí.

2 comentarios:

  1. Preciosa crónica. También mi hijo menor, él único que "cogió" círculo infantil, tuvo una tata como tu Amparo, a tal punto que siguió transitando por los diferentes años y cuando iba a recogerlo me decían: "Búscalo en Lactantes, con Milvia". Es bueno poder recordar a educadoras así. La "mía" la veo de vez en cuando, siempre cariñosa y preguntando por Abdel. Cariños desde Santa Clara de una cienfueguera ausente, pero presente.

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  2. Esas Amparos no se olvidan, mujeres sencillas y amorosas que hacen dignidad reforzando la condición humana, gracias por comentar

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