jueves, 21 de abril de 2016

La decisión de Rafael



Son cienfuegueros los protagonistas del primer trasplante de órganos de conyugue vivo en el país, acto que sitúa a la Medicina cubana a nivel de Primer Mundo

 

Haray y Harold Godoy Del Sol son dos gemelos cienfuegueros que hoy cumplen 41 años de edad. Podrían pasar inadvertidos a los ojos de muchos, eran, apenas un tiempo atrás, dos personas comunes, hasta que, Haray, la hermana, comenzara a vivir con un riñón que le fuera donado, resultante de un altruista y amoroso gesto. Cuando era una estudiante de 5to. año de la carrera de Medicina fue diagnosticada con insuficiencia renal. Sin embargo, a pesar de vivir con las limitaciones particulares de la enfermedad, se recibió como doble especialista: en Medicina General Integral y Legal.





En la consulta de la nefróloga Marta Casanovas transitó por varios estadios, hasta llegar a la de Predialisis por el lógico agravamiento de la patología. De inmediato, el equipo básico de trabajo comenzó la coordinación para un posible trasplante renal en la capital del país.

“Mi hermano fue siempre la primera opción como donante y en los exámenes iniciales resultamos compatibles. Tras varias pruebas complementarias, llegó el dictamen: una malformación vascular, relativa al tamaño de arterias y venas impedía la donación; ese entramado, suerte de tuberías, debe coincidir casi a la perfección. Recuerdo que por ese tiempo hacía una rigurosa dieta a base de arroz blanco y col, no quería llegar a la diálisis porque ese sería el inicio del fin”.

Pero Haray, con el apoyo de una familia amorosa, no se rendía. En una de las consultas en la capital, Rafael, el esposo, se ofreció como donante. Amparados por una Resolución de Salud Pública que actualizó el Reglamento para la donación y trasplantes de órganos en septiembre de 2015, este procedimiento sería posible, por primera vez en Cuba, entre conyugues vivos. El consenso debió respaldarse ante notario.
“De inmediato comenzó el protocolo de exámenes y pruebas”, comenta Rafael Jiménez Domínguez, ingeniero mecánico de 41 años, el hombre que protagonizara este altruista y hermoso gesto de amor. “Te puedo decir que fui sometido a un riguroso chequeo de salud, siempre sentí protección del equipo médico y hasta cierta presión para que estuviera seguro de a qué me enfrentaba”.

Y llegó el momento. Los esposos Haray y Rafael, quienes se habían conocido más de 11 años atrás en una cita al cine, tras largas conversaciones telefónicas, de la manera más romántica y a la usanza de Amor verdadero, marchaban al quirófano por un todo o nada. Los cirujanos Silvera, Norland y Sarduy formaron el equipo que extrajo el riñón del donante, a través de una cirugía de mínimo acceso, juntando la experiencia del Hospital Hermanos Amejeiras y el Centro de Investigaciones Médico Quirúrgicas (CIMEQ).

Esta vez no estaban sentados en el lunetario de un cine, sino en quirófanos vecinos, pero igual de romántico, decidiendo la vida de la pareja.

“Fueron más de tres horas de intervención quirúrgica, y la primera frase que pronuncié fue, ¿cómo está ella?”. “Era tanta la insistencia, comenta Haray, que la doctora nos tomó fotos con el celular para convencernos”. Han transcurrido casi dos meses, están sentados en la habitación de casa, los ojos brillan de felicidad, es hasta contagiosa para quienes le visitamos, desde la puerta, porque la higiene y el aislamiento son ahora las mejores medicinas, muy a pesar de vivir frente a una parada de coches, riesgo ambiental que pone en peligro vidas y el éxito de un hito de la Medicina cubana.

Sin distingos de apellidos o nombres ni correcta ortografía, la pareja insiste en mencionar a todo el equipo que hizo posible el retorno a la vida: Marta Casanovas, José Roque (coordinador de trasplantes en Cienfuegos), Yissel Carreño, Hanoi, Daymiris Méndez, Valdivia; todos los trabajadores de CIMEQ… A Cuba, porque solo aquí, sin tener que pagar un centavo, fue posible.

“¿Sueños dices? Vivir la vida profundamente, mirarla con otra cara, decantar lo material…”, dice Rafael, mientras Haray acota: “Volver a usar tacones, ir a una fiesta, visitar Santiago de Cuba”. Dejo la habitación y alcanzo la calle, consciente de haber asistido a una clase magistral de humanidad, esa que va a las mismísimas esencias.





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