miércoles, 9 de noviembre de 2011

Mi padre, la colmena y el verde

Una colmena de abejas vino a poblar la pequeña finca de mi padre, un terreno de unos metros cuadrados cercano a la Universidad de Cienfuegos. Por aquel lugar, otrora solar yermo, pasan cables de alta tensión que imposibilitan hacerlo residencial. Pero ahora ya no es más lo que fue, una tupida arboleda, cerdos, gallinas, conejos, las palomas de mi hijo y hasta un perrito, llenaron el enclave de flora y fauna, en bien de la cadena alimentaria.
  Ahora degusto un sabroso panal repleto de miel de abejas y rico en propóleo, salido de las abejas que con cariño mi padre trajo desde el Escambray y que por primera vez castró. Nadie le enseñó el oficio y yo hasta dudé de que alguien quien dedicó la vida a las humanidades deviniera un agrónomo auténtico.
  Allí, entre el verde, pasa casi todo el día, respirando aire puro y viendo crecer su esfuerzo, plátanos de no sé cuantas variedades, cereza, fresa, flores, condimentos naturales, plantas medicinales y hasta una pareja de guanajos, llenan de vida a la “Maravillosa”, sí, porque hasta un nombre tiene.
  Plantas de café y cacao, cítricos, girasoles, guayaba, mango y hasta guanábana, esa fruta casi en peligro de extinción, produce la Maravillosa, mezclados con el sudor de mi padre, quien descubriera un nuevo oficio, el de agricultor, después de los 65 años.
  Y allá, en La Maravillosa, rodeado de verde y con el azul como techo, anda mi viejo, feliz por haber encontrado en la tierra la miel de la vida.

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