miércoles, 5 de marzo de 2014

¿Cómo no amarte Kiev mío?



Por estos días las noticias nos traen desde Europa imágenes desoladoras. La bella ciudad de Kiev, la misma que resurgida de sus cenizas tras dos conflagraciones: en 1240 por la invasión de los mongoles y en 1941, durante la II Guerra Mundial, hoy resulta removida en sus columnas por revueltas, supuestamente populares.
  Lo que realmente pasó y transcurre allí en Ucrania, es una toma armada del poder, tal y cómo ha expresado Vladimir Putin, el presidente ruso. No bastó con la posición del presidente legítimo y constitucional Víctor Yanukovich, de aceptar todas las demandas de la Oposición, que suponían hacer cambios en la Constitución, elecciones anticipadas, entre otras. No fue suficiente, tras aceptarlas, se sumaron nuevas y entonces ya fue demasiado tarde, porque el golpe, tramado y orquestado desde antes, ya estaba en marcha. Quizá la presencia en Ucrania de John Kerry, el secretario de Estado de la nación más prepotente y guerrerista del planeta Tierra, justifique el interés.





  Algunos se alarman ante la postura de Rusia de asumir una posición protagónica en el conflicto, ¿pero es que acaso no están ligados los destinos de estas dos naciones? No es necesario ser un especialista, basta con solo echar una ojeada a la Historia para reafirmarlo. Son dos vecinos, además de la frontera los unen cultura, costumbres y lazos, porque allí en tierras ucranianas has construido sus vidas, por generaciones, numerosas familias rusas.
  No se puede voltear la cara a un conflicto en el cual están relacionados asuntos que interesan a la defensa, no sólo nacional, también del ámbito de la geopolítica global, porque en Crimea, hermoso y apacible balneario, está basificado un importante enclave militar ruso, la sede de su respetada Flota del Mar Negro. A propósito, su reciente refuerzo con tropas y armamento ha añadido más leña al fuego ya encendido. A Putin y su gobierno, encaminado junto a la economía de un país que estuvo casi al punto del desbanque por la mafia, le ha costado la acción. Por ahora son solo amenazas de excluir a Rusia del G-8, una alineación económica, supuestamente para unir a los países más industrializados y que es además, status de la nueva era de la globalización económica. Pero bueno, son usuales y práctica común las amenazas; en definitivas ese es el lenguaje made in USA.
  Por ahora se trata de defender a Crimea, donde el 58 por ciento de su población es ruso. Aguardemos por la evolución de los acontecimientos en los próximos días, en este, un nuevo conflicto que de otra vez atrae hacia el Viejo Continente las miradas reflexivas y preocupadas de millones en el planeta, sumados los de esta esta dimensión geopolítica que es América Latina, aunque nos separen más de 500 años de civilización.
  Poco importa si las protestas que generan violencia hoy en la otrora hermosa plaza de la independencia de Kiev, tienen como génesis la inclusión de Ucrania a la Unión Europea, a Rusia como bloque económico, demandas de la oposición… El interés a la larga es el mismo: escudarse en el supuesto de las revueltas “populares” para generar cambios de gobiernos por la fuerza, no importa si ello supone violar constituciones y dejar una estela de muerte si al final se cumple el objetivo de propiciar que la bandera de las barras y el medio centenar de estrellas ondee allí (remember Irak, Siria, Lybia…), aunque esta vez al parecer no será en alguno de los castillos de la soleada  península de Crimea.

 A mí, en lo personal, me duele Kiev, como a otros tantos, porque de esa ciudad guardo recuerdos lindos, no precisamente de barricadas, muerte y violencia. Por sobre las imágenes que ahora llegan perdurarán las del amor y el disfrute de su vida citadina, de toda la historia que atesoran sus murallas desde que fuera el centro cultural de la civilización eslava oriental; los muros rojos de la Universidad Taras, las frías aguas del Dniéper… Por ello, los cuadros de caos venidos de allí me hacen pronunciar un grito de dolor, en total consonancia con la estrofa del poeta Lutsenko, ¿Cómo no amarte Kíev mío? 

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