miércoles, 3 de diciembre de 2014

El compromiso tras la vocación



  Cuando el día dejaba de ser claro y aparecían las primeras luces de la tarde-noche, tocaron a la puerta  del doctor Finlay; se disponía a cenar después de una larga jornada, pero declinó el plato de sopa, tomó saco, sombrero y bastón, y corrió tras el posible paciente, hasta la parte más insalubre de La Habana de finales del siglo XIX. Investigaba sobre el entonces presunto agente trasmisor de la fiebre amarilla: el mosquito Aedes aegypti.

  Muchos años después de confirmada su sospecha, la historia del célebre descubrimiento por el médico cubano del vector causante de aquella enfermedad y también del  dengue, se haría casi cotidiana en la realidad cubana.
  Y es que Cuba entera no lo sería sin sus médicos, enfermeros y todos quienes dejan una parte de sí mismos por mantenernos erguidos y con calidad de vida en el duro contexto de una realidad que lo es con escaseces, apremios y dificultades. Están aquí, allá y acullá; sanan,  pero al tiempo llenan las arcas de la desvencijada economía cubana y dibujan en letras grandes el mayor atributo de la Medicina cubana: SOLIDARIDAD.
  Cuando una enfermedad casi desconocida en nuestra geomedicina, el ébola —vista solo en la literatura médica y quizá el cine—, amenaza con globalizarse, están ellos, tras la salud de quienes la padecen. Por eso, los reverenciamos este 3 de diciembre, en honor a Carlos Juan Finlay, quién primero nos enseñó a curar, investigar, y también a ser humildes y sacrificados sanadores, Serlo, más que un oficio, es un compromiso de vocación inconmensurable.

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