lunes, 11 de mayo de 2015

Concédeme el intento

 

Dicta la pauta de este día que digamos que madre hay una sola y que la mía (la suya) es la mejor. Dicta la pauta que este día se multipliquen las mismas frases, flores y regalos. Pero la realidad es más rica y exige otros cariños.
  Podía empezar que la conocí hace 28 años, una madrugada de octubre, y como era octubre, llovía. Me la trajeron envuelta en una bata amarillenta y por más que abrí los ojos no quedó nítida en mi memoria.
  Ahora bien, la madre que yo recuerdo tenía la cara tiznada porque el fogón Pike de aquel período especial se rompía más de lo que cocinaba en paz. Y esa madre no creía en el día después y mucho menos en fantasmas, así que ella misma lo arreglaba. La madre que yo recuerdo es de lo más exagerada, desafina con el único estribillo que se sabe ("la tarde está llorando y es por ti") y tenía una puntería sutil cuando practicaba "el tiro de la chancleta".

  La madre que yo recuerdo me levantaba los domingos de madrugada para ir con ella a un trabajo voluntario. La madre que yo recuerdo me repasaba los planetas camino al dentista y me daba dos o tres gustazos, cuando después descubrí que no podía. La madre que yo recuerdo era una leona cuando le ofendían a sus crías. La madre que yo recuerdo no perdió la paciencia cuando en una semana fui bailarina, cantora y actriz de teatro. En todas fracasé, habré de admitir.
  La madre que yo recuerdo me enseñó eso de «haz bien y no mires a quien» al dedillo. La madre que yo recuerdo era real. Imperfecta, totalmente imperfecta, y única. Y así le fuimos creciendo todos, mientras ella levantaba paredes, enterraba hombres y recuerdos, y se consagraba a eso de ser mamá.
  La madre que yo recuerdo no dista mucho de la que hoy va a estar leyendo esta crónica. Quizá a esta altura son más los tiznes, los muros tirados y los años. Quizá sus ojos verdes han emprendido un camino sin retorno hacia el tono gris de lo que envejece.
  La madre que me está leyendo ahora, sí, usted misma, va a querer que la bese cuando termine esta oración. ¡Como si no lo hiciera siempre! ¿Cuándo he salido de casa sin besarla? Y va a pensar que estas letras son como ese minuto en que caminé sola o aquel otro cuando le traje el primer excelente de la escuela.
  La madre que me está leyendo ahora va a magnificar este pretexto mío —del almanaque— para decirle lo que no dije ayer y seguramente no diré mañana. La rutina suele minimizar las frases de cariño. Por esta vez, concédeme el intento: ¡Te quiero!


Nota: Esta crónica es de la periodista  villaclareña Mayli Estévez, pero la hubiese querido escribir yo, linda, sensible, que va a las esencias!!!

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