viernes, 21 de abril de 2017

Amado, el hacedor del fuego


Amado Moreira Urra se autocalifica hijo del fango y los mosquitos, del mundo del soplillo, los hornos y la ciénaga. /Foto: Ismael Francisco


Llegar hasta la Piojota, capital del carbón en la Ciénaga de Zapata, supone adentrarse por un camino seco y polvoriento. El terraplén nace en Pálpite y con sólo preguntar por los hornos, “ahí mismitico, el humo avisa”, se escucha por respuesta, porque este es un oficio bien reconocido en la zona.
Ahí está Amado Moreira Urra, parado en medio del descampado, justo se disponen a desarmar dos hornos holandeses, resultante de un novedoso proyecto implementado, más económico que el tradicional. “Son rápidos y fáciles de montar, pero ¡qué va!, la calidad no es la misma”, comenta este carbonero, hombre curtido por el sol y el salitre, quien le conoce mucho al arte de hacer carbón.
“Soy hijo del fango y los mosquitos”, dice tras una carcajada, ese mundo de soplillo, hornos y ciénaga, son el universo en el cual encuentra el modo de ser y existir.

“El de carbonero es un oficio como otro cualquiera”, sentencia; pero yerra Amado, el suyo es sui géneris forma de ganar el pan, porque se desempeña en difíciles condiciones ambientales, tienen por techo el cielo y por guardiana la noche.

 

“¿Cuando la invasión de Girón dices?, yo era entonces un muchachito, pero tengo ese día clava’o en los ojos, y mira que han pasado años. ¡Qué manera de caer bombas!, todo esto aquí se volvió un infierno. Primero corríamos para ver los aviones con la bandera cubana, pero cuando empezaron a tirarnos caímos en cuenta que no eran amigos. Recuerdo nos llevaron para Jagüey Grande y tres días después estábamos de vuelta.
“Los mercenarios que se adentraron en el monte no resistieron, qué va, para aguantar los mosquitos y la ciénaga es preciso nacer en este trozo de tierra”, comenta Amado y los ojos le brillan, se confiesa un cenaguero legítimo, nacido y criado en medio de esta península con forma de zapato. Asombra encontrar allá en medio del pantano a hombres sencillos y afables a quienes no asusta el humo, el sol ni la más oscura noche, porque se saben útiles, desempeñando el oficio de hacer el fuego.

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