miércoles, 19 de octubre de 2011

El amor no es utopía

Cuando en pleno siglo XXI el mundo entero se debate entre guerras de conquista y desigualdades, cuando las catástrofes naturales borran a comunidades enteras de la faz de la tierra, cuando unos tienen demasiado y a otros apenas les alcanza para subsistir, resulta casi una provocación hablar de amor. Quién de nosotros, humanos al fin, no ha experimentado esta sublime experiencia. El amor no tiene límites, sexo o edad; es espiritual, pero tangible… y puede invocar, al mismo tiempo, a la razón y a la locura.
No puede ser asumido como una pose ni tergiversado; para serle fiel al amor deberá ser espontáneo y natural.
No tiene nada que ver con la cursilería, con los corazones púrpura de cartón que “decoran” los comercios, y mucho menos con toda la baratija que trae en brazos San Valentín cada 14 de febrero.
Puede sentirse de mil maneras: a la familia, los amigos, los hijos -esos seres que nacen de nosotros y se hacen grandes de nuestras manos-, al trozo de tierra donde nacimos, a la pareja, nuestra compañía en los buenos y malos momentos; a los libros... en fin.
El amor es realizable, palpable, infinito, puede incluso vencer la muerte en plena vida. No necesita este sentimiento de la parafernalia habitual que secunda los días de San Valentín. Es su pureza y sencillez lo que lo hacen único; hay que vivirlo tal cual llega, intensamente. No está creado el amor para los que excesivamente se preocupan por los bienes materiales, ni para los adoradores de objetos.
Pobre de aquel que se conforma con una joya o un caro y exclusivo regalo, sin reparar en lo bello de un gesto, un beso, una caricia, tomarse de las manos… El amor está por doquier, renace a la vida, nos infunde ánimos. Y es que él lo es todo, está en todos y puede con todo, porque no es una utopía, es, en cambio, la realidad misma.

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