jueves, 20 de octubre de 2011

Réquiem por una amiga

La muerte absurda de una amiga ha convocado a mis musas. El concilio no es de fiesta, es, en cambio, de dolor. Es ese sentimiento el que hace a mis dedos entonar un réquiem sobre el teclado. Lo que parecía ser un vigoroso corazón se partió en dos una noche reciente para que Ana abandonara la vida.   Pero no son mis lágrimas ni las de mi madre el homenaje que quiero para Ana, esa mujer que luchó con uñas y dientes por su existencia. Un día feliz fue el preludio del triste acontecimiento.
  Hasta un pueblo pequeño, ese trozo de tierra donde nació y donde viven los suyos, fuimos para compartir con su hija, nietos y esposo ese instante último e íntimo que es un velorio. La casa más antigua de Ciego Montero, testigo del nacimiento y la muerte de quien sabe cuántas generaciones, acogía el luctuoso acto. No quedó nadie en aquellos predios que no expresara de alguna manera respeto a mi amiga.
  Entonces comprendí su idea, fija en los últimos tiempos, de abandonar la ciudad e irse a vivir allá donde los grillos hacen de la noche un melódico concierto. Porque en su Ciego Montero la gente es diferente y hasta el aire que se respira tiene más oxígeno. No pudo Ana lograr en vida su sueño postergado, concretado sólo en la muerte.
 
Y mientras el cortejo fúnebre desandaba los más de dos kilómetros hasta el cementerio, una tradición entre dos barriadas cubanas, y a medida que avanzaba se apagaban los radios y el yarey descubría las cabezas ladeadas, comprendía más a esta amiga y apretaba el paso, la única forma ya de rendirle homenaje. Una lucha constante contra invisibles molinos de viento marcó su existencia.
  A pesar de este dolor inmenso que siento, de la tristeza que me embarga, de extrañarla allí, parada en su balcón, esperándome en las tardes para vocear las noticias del barrio, estoy complacida del homenaje que le rindió su Ciego Montero en el último trayecto que hicimos juntas.

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